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lunes, 11 de febrero de 2013

Google firma pacto con la Prensa Francesa




El acuerdo firmado el 1 de febrero en el Elíseo entre los editores de prensa franceses y la multinacional estadounidense Google sienta un precedente que el presidente del gigante de Mountain View (California), Eric Schmidt, ha calificado como “histórico”. Para evitar el litigio legal y eludir el pago del canon fijo por enlace que exigían los periódicos franceses y su Gobierno, Google se compromete a invertir 60 millones en un fondo a tres años, y sus ingenieros ayudarán a 160 periódicos generalistas a rentabilizar mejor su publicidad digital. Los expertos y agentes implicados parecen divididos. Los partidarios de un Internet abierto y gratuito creen que el acuerdo envía una peligrosa señal de pago por contenidos; los editores franceses creen que es mejor renunciar al canon y pactar que meterse en litigios interminables. Los sindicatos de periodistas claman contra la bajada de pantalones de los editores y hablan de “expolio a los derechos de autor de los reporteros”. Y desde Nueva York, el gurú Jeff Jarvis afirma que “los periódicos y el Gobierno francés han chantajeado a Google y no saben hacer su trabajo”. Pero muchos coinciden en que el pacto demuestra que la vieja Europa se ha convertido en la gran amenaza para Google y sus pares de Silicon Valley, que temen más a la alianza de Gobiernos y editores que a sus competidores.

La noticia ha enfurecido a los partidarios de la web gratis
Desde el otro lado del charco, el periodista Jeff Jarvis, autor de What would Google do? (¿Qué haría Google?, 2009), asesor de diarios digitales y defensor de un Internet gratis y sin trabas, arremete contra el pacto del Elíseo. “Eso no es un acuerdo, es una estafa y un chantaje”, truena al teléfono. “Lo que ha pasado en Francia es que los editores, con la ayuda de su Gobierno, han secuestrado y chantajeado a Google”, se embala. “Es lamentable, porque los medios europeos llevan 15 años sin hacer nada en Internet, sin entender nada ni invertir, y ahora se aprovechan del éxito de Google para sacar réditos. Que Google tenga éxito no significa que los medios sean parte de él. Y no es culpa de Google si los diarios tradicionales no han sabido adaptarse a Internet”.

La guerra abierta entre los debilitados editores y el poderoso buscador parece dar la razón al experiodista David Simon, creador de las series The Wire y Treme, que contó hace años que Wall Street decidió apostar por las empresas puntocom cuando intuyó que los periódicos digitales iban a resultar menos peligrosos para sus intereses que la prensa tradicional. El exreportero de The Baltimore Sun profetizó que el poder financiero iba a utilizar Internet para acosar y derribar al periodismo clásico, ese que publica, como dijo Orwell, lo que alguien no quiere que sea publicado.

La meteórica transición desde el periódico “cerrado” en papel al flujo inmediato de noticias “nos aboca a la desinformación porque demasiadas noticias equivale a ninguna noticia”, según el maestro italiano de periodistas Giancarlo Santalmassi. Paradójicamente, el cambio ha dado millones de lectores nuevos a la prensa tradicional. Y otra paradoja: lejos de generar más beneficios a los periódicos, la transición digital parece haber acentuado su ruina.

Las dudas sobre el futuro de la prensa en Internet siguen abiertas
En la última década, y especialmente desde que estalló en 2008 la crisis financiera de las hipotecas basura en la misma Wall Street, decenas de cabeceras han cerrado o reducido sus plantillas, la publicidad ha cambiado por otras plataformas (especialmente Google y a su filial YouTube); miles de reporteros que se las sabían todas pero no tenían perfil digital han perdido su empleo como le pasó a Simon, y han sido sustituidos por “empaquetadores de información”.

En ese contexto de agonía más o menos digna —y más o menos ventajosa para el poder—, de caída de las ventas y la publicidad, y de crecimiento de “la audiencia” sin rentabilidad, los viejos periódicos han encontrado en Google al enemigo-tótem —y quién sabe si también a un futuro socio o mecenas—.

Google es una de los cientos de empresitas que surgieron como setas en Estados Unidos hace 15 o 20 años. Fue fundada en 1998 por dos estudiantes de Stanford, Larry Page y Sergey Brin, como un índice de páginas web, con la idea de poner orden en el caos del éter. Tres lustros después, es la compañía más potente de Internet. Salió a Bolsa en 2004, a 85 dólares la acción, y hoy cotiza a cerca de 700. El año pasado obtuvo un beneficio de 10.740 millones de dólares (8.075 millones de euros), un 10,27% más que en 2011, y solo en el cuarto trimestre ganó 2.890 millones de dólares gracias al incremento de la facturación en publicidad.

Esta carrera hacia la cima ha topado en Europa con unos Gobiernos y unas organizaciones “casi gubernamentales” a la búsqueda desesperada de ingresos. Los Estados acusan al gigante californiano y a sus gemelas de Silicon Valley de pagar sus impuestos en paraísos fiscales y de poner en riesgo el pluralismo mediático al captar la tarta de publicidad que antes daba de comer a los diarios. Las asociaciones de editores de medio mundo, y especialmente las europeas, piden que el buscador pague un canon por enlazar sus noticias desde Google News y otras páginas de búsqueda. La Comisión Europea ha denunciado a la compañía por no pagar derechos; Alemania llevó en verano al Parlamento un proyecto de Ley Google, que pretende repartir los beneficios que produzcan los artículos pinchados; e italianos, portugueses, suizos y españoles pelean, unos con el apoyo de sus Gobiernos y otros sin él.

La compañía se ha negado a pagar alegando que los diarios reciben gracias a ella entre el 30% y el 50% de sus pinchazos totales, lo que debería generar más ingresos publicitarios. Pero, finalmente, ha dado su brazo a torcer. Primero en Bélgica —en diciembre, tras un litigio legal abierto en 2006— y luego en Francia —bajo la amenaza directa de legislar—, Google ha fumado la pipa de la paz.

París tomó cartas en el asunto después de que la empresa amenazara con no referenciar en los resultados de búsqueda a los medios franceses. A finales de octubre, el presidente François Hollande recibió en el Elíseo a Eric Schmidt, el presidente de la compañía, y exhortó a ambas partes a sellar un pacto. “Si no, haremos una ley”, advirtió. Las ministras de Cultura y de Economía Digital designaron como mediador a Marc Schwartz, socio de la consultora Mazars.

“Las negociaciones han sido pragmáticas y complicadas”, explica Schartz. “Las posturas estaban muy alejadas al principio, pero el último día logramos llegar a un entendimiento equilibrado y bueno para las dos partes. Fue difícil, porque los editores querían un derecho fijo sobre los enlaces y Google siempre dijo que jamás aceptaría pagar por enlazar contenidos. Así que buscamos otras fórmulas”.
El directivo no lo negó pero sí quiso matizar que su servicio permite tanto desactivar como borrar el perfil. “Nacimos como una página para estudiantes. Desde los comienzos se han tomado descansos, ya sea por vacaciones o por exámenes”, explicó. La desactivación permite algo así como darse de baja durante un tiempo, pero después se vuelve con todo tal y cómo estaba. El borrado es permanente, aunque con sus matices. En caso de arrepentimiento o error, hay dos semanas para arreglarlo. “Podría darse el caso de que no se cerrase el perfil en un ordenador público y un amigo gastase una broma de mal gusto, o que se tome una decisión precipitada”, aclaró. Después de 90 desaparece por completo el perfil, no queda rastro. ¿Por qué tres meses para que la información deje de estar en sus servidores? “Por motivos legales. Lo tenemos que guardar por si hace falta para alguna investigación”, respondió haciendo referencia a que alguien podría borrar su perfil con intención de ocultar un delito.

En caso de querer irse de Facebook sin perder los datos, fotos y comentarios, existe la opción de descarga del perfil en un archivo comprimido que permite consultarlo en el navegador. Esta medida se adoptó después de que un grupo de activistas, hasta 40.000, pidieran, como marca la ley de EEUU, el historial con todas sus acciones. “Teníamos derecho a cobrar por ello, pero preferimos mirar por nuestros usuarios y darles una opción fácil y segura”, insistió.

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